Que sí somos mexicanotes, bien machotes debemos celebrar los rituales católicos, yo opinó que lo chido de estos días es recordar a los muertos, mis abuelos, mi abuela, tíos, tías, la gente que se me ha adelantado, por ello escribí lo siguiente.
Es un relato que hice a tres manos con mi amigo el Joe, y retoma algunos ganchos de un par de escritores de terror que aún ahora siguen moviendo el tapete del respetable.
Así que sin más preámbulos:
Día de Muertos
Es que es día de muertos, me
dice Joe mediante el mensajero virtual; a lo que, con prontitud respondo:
Sí, oigo al viento
susurrando: - Nunca más...
Mientras las últimas sombras del día declinan y se
transforman en la oscura y aceitosa noche. Las nubes, otrora sonrosadas como
mejillas de quinceañera bien maquillada, ahora lucen como las gordas caras de
sus madres, y encima de ellas, cuales fantasmas de viejas luchas se alcanzan a
ver, verbigracia de algunos relámpagos de terror, figuras de hombres y mujeres
mutilados.
Sangre es lo que el último
rayo de sol alcanza a iluminar en la puerta de la oficina mientras una
sabandija de plúmbeos orígenes alcanza a retozar, una última vez, su asquerosa
cola al salir del lugar.
La parca, con su fétida
presencia, me indica el camino a seguir: un infierno de teclas y números, de
revistas inconclusas y lamentos por sueldos insignificantes bajo la tutela de
precoces sátiros llenos de pelos en las cabezas y bolas de reluciente fulgor en
vez de ojos; labios lascivos y lenguas reptantes, de infinita ponzoña y
crueldad, adornan sus caras regordetas. En verdad os digo que son horribles de
ver, las peores pesadillas de la noche plutónica.
- Nunca más...
Dice un ave rapaz desde el
antepecho de la ventana mientras mis atrofiados músculos evitan cualquier
movilidad, cualquier asomo de libertad o siquiera de un pensamiento positivo.
Me encuentro pegado a esta
silla, a esta condena que me mantendrá vivo por siempre en este mundo de
pesadilla mientras oigo al ave rapaz decir una vez más:
- Nunca más...