¿Terroristas en México?
Lydia Cacho
Al prisionero se le sometía a ahogamiento fingido 183 veces y se le llegaba a mantener despierto 180 horas. En los descansos, se le amenazaba con asesinar a su familia. El lugar es Guantánamo y los prisioneros tienen nombres árabes. Pero podríamos hablar del futuro inmediato de las cárceles mexicanas. Hace unos días entrevisté a una agente del FBI especializada en justicia restaurativa; al terminar hablamos de las implicaciones del Plan Mérida. Lo más delicado, me dice, es la presencia en México de militares estadounidenses especializados en antiterrorismo. Asegura que en un país como el nuestro, sin estado de derecho, la estrategia de Bush de utilizar técnicas antiterroristas para saltarse las reglas de la guerra tendrían un costo irreparable para la sociedad mexicana.
Pienso en Sami a quien conocí en Oslo hace un par de meses; hombre de 40 años y mirada tranquila convertido en pacifista. Es camarógrafo para la televisora Al-Jazeera. Cuando tenía 36 años, mientras hacía un reportaje, fue encerrado en Guantánamo. Me cuenta los detalles de la tortura y hago un esfuerzo por contener las lágrimas. Entre la CIA y los militares lo interrogaron sistemáticamente. Seis años después sin una sola evidencia de que fuera terrorista, este joven sudanés fue liberado, no sin antes haberle ofrecido, dada su inocencia, que trabajara como espía infiltrado en la televisora árabe.
Ahora está entablando un juicio contra Bush. El pecado del periodista fue trabajar para un medio ajeno al establishment. Sami asegura que si el gobierno afgano hiciera lo mismo con un periodista de una cadena estadounidense, sería secuestro terrorista; si lo hace Bush con un sudanés moreno es justicia en tiempos de guerra, daños colaterales.
La colaboración militar que tan contentos tiene a García Luna y a la Sedena puede convertirse en la gran pesadilla mexicana. Resulta particularmente peligroso en una sociedad tan polarizada como la nuestra, tan racista, tan afecta a aprobar la violencia de Estado como método de impartir justicia. La guerra se nutre de la visión en blanco y negro. Esta guerra de Calderón contra el narco podría desatar ese tipo de interrogatorios: a falta de investigación, “confesión”. El Departamento de Defensa estadounidense creó un manual para sospechosos de terrorismo; un cuerpo especializado de México se entrenará en estas técnicas. Es un hecho que podrán adoptarse estas formas brutales de “interrogatorio”.
Dentro de la Defensa nacional mexicana hay dos corrientes, una es la de mano dura que imitaría el modelo Bush sin el menor inconveniente, otra afortunadamente, es más cautelosa y teme que la fabricación de delitos y los falsos arrestos avalen la injusticia en todo el país. Con la fascinación del secretario García Luna por montar shows televisivos de culpables subrepticios, cargándoles con delitos irrefutables, avalados por el miedo y la ira social, como en los casos de Atenco, de Oaxaca, de Florence Casséz, no quiero imaginar lo que sucedería si se adopta el modelo estadounidense de tortura antiterrorista. ¿Cuántas Marías y Juanes sufrirán como Sami si se aprueban tales prácticas?
Y como el informe del pelele es mañana:
Denise Maerker
Atando cabos
31 de agosto de 2009
Una salida digna
Hay una salida digna para la Presidencia luego de la derrota simbólica que le asestó el PRI al obligarlo a cancelar la ceremonia a la que convocó el 1 de septiembre en la mañana: Felipe Calderón debería presentarse en el Congreso a entregar el tercer Informe de Gobierno. Sería reparador no sólo para Calderón sino para una institución ridiculizada por tanta improvisación. Y es que fue por pura estupidez, aquí no hay malicia posible, que los mal llamados operadores del Presidente lo dejaron expuesto al convocar al (textual en la invitación) tercer Informe de Gobierno en Palacio Nacional a las 9:00 de la mañana del 1 de septiembre. Los priístas simplemente aprovecharon el banquete que les servían, y de entrada, sin mediar ni un día de la nueva Legislatura, demostraron dónde está la experiencia, el cuidado de los detalles, el poder. Y conste que no es un halago.
El error del equipo del Presidente es de una torpeza pasmosa: la hora es inadecuada —antes de que el Congreso se instale formalmente—, la convocatoria no estaba garantizada —no se planchó previamente la asistencia de las bancadas—, la redacción es provocadora —no se puede invitar al tercer Informe, a lo mucho a un mensaje con motivo de…—, y el envío insultante —vía internet.
Este es el tercer año en que el Presidente y su equipo no encuentran la forma de renovar el viejo rito del 1 de septiembre. Arrastran el pasado como un pesado bulto en vez de inaugurar nuevas formas. Las salidas han sido todas fallidas. El primer año, luego de una rápida entrega (12 minutos estuvo en la Cámara), el Presidente convocó en Palacio a una ceremonia de lectura del informe para los medios y en presencia únicamente de empleados suyos. Fue un remedo del rito priísta, un intento fallido de restauración de la grandeza presidencial, y se notó. El segundo año, mandó a Juan Camilo Mouriño a entregarlo, y ya. Y ahora, de entrada, la regaron.
Una ceremonia renovada que refleje los nuevos equilibrios democráticos y en la que una vez al año se reúnan todos los poderes de la República, sería saludable.
A la hora que escribo estas líneas, en Presidencia no han decidido qué hacer: si confirman la lectura en Palacio el día 2, si (penosamente) se abstienen de hacer algo, o si con un poco de audacia el Presidente sorprende encarando a los diputados. La verdad, esto último es poco probable, de buena fuente sé que lo llegaron a considerar pero les preocupa la presencia entre los diputados del petista Gerardo Fernández Noroña.
Increíble, pero en eso estamos.
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